Desde nuestros pequeños pies
mirábamos con desgano a aquel mundo de los grandes,
de esos gigantes de zapatos número 42.
La gran angustia era tomar la sopa,
no conseguir la figurita que nos faltaba,
no poder mirar la tele.
El dinero, las relaciones.
Decidir, amar, pensar,
actuar, callar, ceder.
Inundados de esa complejidad,
a veces queremos sentir aquellos olores sencillos.
Volver sólo un instante,
para tomar un sorbo de aquella agua.
Ahora,
que ya ni siquiera importan los amores perdidos,
un poco de aquella ingenuidad sería un páramo digno.
Somos caballos con anteojeras,
que acostumbrados a mirar hacia adelante
nos asombramos de la vida que nos pasa por los costados.
Y aquí estamos.
Con el 2000 otra vez lejos
y parados en los zapatos 42, que ya son nuestros.
Es una condena circular.
Añorar lo ido, deambular el ahora
y afrontar las cartas desconocidas que el futuro tiene en la mano.
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