miércoles, 1 de septiembre de 2010
BORGES Y EL FÚTBOL
Inútil es intentar ubicar algo allí donde ese algo no cabe.
Esta, que es una buena definición del humor que alguien ya ha escrito, es también una certeza que suele ser lastimosa.
El universo está colmado de uniones ideales que nunca se concretan.
Afortunadamente.
De esos desgraciados desencuentros que conforman la historia, existe uno que, tal vez, sea mínimo, insignificante. Esa fusión que siempre se frustró fue la de Borges y el fútbol.
Simplemente porque en los estadíos profundos en los que habitaba el intelecto del escritor, la palabra fútbol no era de posible traducción.
Probablemente, Borges nunca vio un partido de fútbol y es factible que, como muchos pensadores, se asombrara de ver correr detrás de una pelota a tales muchachones.
Entonces, la unión de dos de los símbolos patrios que nos quedan (Borges, fútbol) sólo puede ser posible en medio de una neblina que impida observar demasiado.
El tigre, los patios, el mármol, las uñas de los muertos, el ajedrez, la ceguera, el bisonte, fueron más que palabras para Borges, fueron perlas que él se encargó de pulir con paciencia y genio.
Y miles de vocablos más, ordenados como nadie lo ha hecho, han conformado sus libros.
Utilizó millones de palabras, pero nunca la palabra fútbol.
Y seguramente, no la precisó.
Ingresados ya en la neblina que casi no deja ver, imaginemos (en voz baja) que Borges le escribió al fútbol.
Por ejemplo, para la despedida de Diego Maradona:
"En que hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
orilla definitiva y despiadada?.
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde".
(1)
Borges escribió mucho sobre el ajedrez, pero nuestra neblina nos permite creer que habló de fútbol:
"En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores".
(2)
Escribir "el odio de dos colores" es escribir sobre fútbol.
Borges, suponemos, no conoció a Ricardo Bochini. Pero bien pudo haberle escrito:
"Miraba lo que no ven los ojos terrenales:
la ardiente geometría, el cristalino edificio de Dios
y el remolino sórdido de los goces infernales".
(3)
La neblina, amigable, nos deja pensar que también escribió algo sobre los números 10 y su extinción en el tiempo:
"Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría".
(4)
Y también podemos creer que le dedicó algunas palabras a Alfredo Di Stéfano:
"¿Qué arco habrá arrojado esta saeta que soy?
¿qué cumbre puede ser la meta?".
(5)
La populosa parcialidad de Racing Club, puede ingresar a nuestra neblina y afirmar que Borges describió de una manera determinada a sus eternos rivales, el diablo rojo como...
"Esa pifiadora culebra, ese inventor de la equivocación y de la aventura, ese carozo del azar, ese eclipse de ángel".
(6)
Y hasta la generosa y poca visibilidad nos deja ver una explicación táctica:
"El movimiento, ocupación de sitios distintos en instantes distintos, es inconcebible sin tiempo; asimismo lo es la inmovilidad, ocupación de un mismo lugar en distintos puntos del tiempo".
(7)
En el epílogo de "El Hacedor" Borges escribió un texto fechado el 31 de octubre de 1960, un día después del nacimiento de Diego:
"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo.
A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas.
Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara".
El 14 de junio de 1986 Borges se hizo leyenda.
Quince días después, el fútbol argentino de la mano de Diego vivió su mayor esplendor.
Tanto en Ginebra como en el Azteca, dos episodios ingresaban a la historia de la patria.
1- Ausencia, Fervor de Buenos Aires (1923)
2- Ajedrez, El Hacedor (1960)
3- Emanuel Swedenborg; El otro, el mismo (1964)
4- Poema de los dones, El Hacedor (1960)
5- De que nada se sabe, La rosa profunda (1975)
6- El idioma de los argentinos (1928)
7- Prólogo Historia de la Eternidad (1936)
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