jueves, 7 de octubre de 2010

BREVÍSIMOS CUENTOS III (última entrega)

23:59
La bella joven observó el antiguo reloj del palacio y con desesperación notó que sólo faltaba un minuto para las doce.
Abandonó a su prestigioso compañero de baile y corrió escaleras abajo, con tan mala fortuna que un volado de su vestido se enganchó en la baranda de la escalera.
No pudo librarse de esa trampa mortal.
Cinco minutos después, unos muchachones de seguridad echaron a la calle a esa pordiosera tirándole por la cabeza un zapato que había perdido en el camino.

ANIMAL
La relación tormentosa entre él y el voluminoso mastín del vecino encontró su capítulo más sangriento una tarde grisácea.
El perro, enfurecido desde siglos por las burlas diarias, aprovechó una puerta mal cerrada y se quedó con un trozo de su pierna.
En verdad, la sacó barata, porque aquel era un perro raro, con cara de asesino serial.
Volvió del hospital y un poco dolorido aún se fue a acostar.
Asombrado vio que un pelaje horrendo le invadía el cuerpo.
Más terror aún le causó observarse las pezuñas.
Quiso gritar y aulló.
Atinó a asomarse a la ventana para pedir auxilio y ahí la vio.
Ella se mostró blanca, pendiendo de un cielo que le daba marco.
Ahora él vive feliz.
Lo único que lo entristece son las noches de cuarto menguante.


EL SITIO
-          Bienvenido seas.
-          Oh, señor, toda una vida pensando si esto sería verdad y ahora lo compruebo.
-          Tú has tenido fe.
-          Sí, nunca le creí a esos pensadores que renegaban de la vida después de la vida.
-          Lo bien que has hecho. Ven, pasa. Verás que las llamas no te arderán demasiado.


TRUCO
Recibo las tres cartas, las levanto de la faz de la mesa y miro la primera: el siete de espadas.
Orejeo la segunda y aparece un solo segmento en el marco superior: es de espadas también.
La otra tiene dos segmentos: es de bastos.
Me canta: ¡Envido!
Miro la segunda carta oculta y es el as de espadas.
Quiero veintiocho -grito.
Veintinueve son más – escucho.
De bronca miro la única carta oculta que me queda develar: el as de bastos.
No puedo jugar. Cuando un mísero cuatro de bastos cae en la mesa, digo despacio: truco.
Y escucho al traidor: no quiero.
Me muestra el lastimoso cinco de bastos para corroborar las veintinueve del tanto. Y deja ver una andrajosa sota que completaba su terceto.
El universo se está burlando de mí.


EL GRITO
El cine estaba repleto.
La nueva película de Carlovich había batido récords en el mundo, y Buenos Aires a veces forma parte del mundo.
Las luces comienzan a atenuarse, están en retirada.
La pantalla gigante se ilumina, la incredulidad se suspende.
La película avanza, se deja ver.
Y concluye sin sobresaltos.
Antes de que la luz vuelva, trato de elegir velozmente la escena que más me ha conmovido en esas dos horas.
Y la recobro con claridad.
En el asesinato de la coprotagonista, el grito de terror fue impactante, vívido, pleno.
Antes de ver a la mujer asesinada que está en el asiento de mi derecha, pienso que ese grito me pareció demasiado real.

 

EL GUARDA

Años atrás, el Ferrocarril Sud tenía un guarda que cumplía a rajatabla su tarea.
Dicen sus conocidos, que jamás viajó en su tren alguien sin boleto.
Se lo conocía por su intachable reputación y sus métodos poco habituales para quitar del tren a los reos, a los piolas o a cualquiera que no tuviese su boleto, pase o abono.
A su retiro, se le contabilizaban 354 asesinatos.


DUENDES
-          Ya se durmió.
-          Me parece que todavía no, sus duermevelas son largas.
-          Para mí que ya está, ¿no escuchás esos suspiros de dormido?
-          Esperemos un minuto más.
-          ¿Tenés el cuchillo preparado?
-          Sí, muy afilado.
-          Mi revólver está dispuesto.
-          Bien. Vos le metés una bala en la sien y yo le clavo el cuchillo en el corazón.
-          Sí, perfecto.
-          Bueno, vamos …
(Conversación entre dos duendes que hay debajo de mi cama).

 

LA INDIFERENTE

Todos los días tomaba el tren de las 9 y 20. Indefectiblemente.
Como su viaje superaba los 30 minutos, aprovechaba para leer algunos libros y tal vez el diario del día.
Hasta que un día su rutina sufrió una hermosa modificación. En la estación El Palomar (dos posteriores a la suya) comenzó a tomar ese tren una joven a la que la divinidad había distinguido generosamente.
Los primeros días él se contentó sólo con observarla, mas luego inició un acercamiento: primero levantándole la ventanilla, luego cediéndole el asiento y, finalmente, entablando una conversación.
Al mes, ya había logrado que lo saludara y entonces fue que precipitó una definición. Ya había descartado la opción de un encuentro casual en algún otro lado, y pese a lo difícil de la situación, decidió invitarla a salir en medio de esa escenografía poco propicia para confesiones íntimas.
No tuvo éxito alguno y las palabras con que la joven lo rechazó llegaron a los oídos de todos los habitantes del vagón.
Días después, él comenzó a tomar el tren de las 9 y 40.
Irremediablemente.

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