martes, 7 de octubre de 2008

"EL PARTIDO IMPOSIBLE" (CUENTO)

Un grito, que bien podría haber salido de la boca de algún demonio hirviente, es el inicio sosegado de una frase que Pipo Rossi eleva a los cuatro vientos para informarles a sus compañeros que la acción está empezando ...

"Este no es el paraíso, eh...así que ...hay que correr !!!".

Y los muchachos empiezan a correr.
Es preferible el séptimo infierno del Dante a soportar los gritos de Pipo que parecen llover desde las nubes como sables.

El partido se pone en marcha, como tantos.
Pero éste no es un partido más, tampoco un clásico, ni siquiera la final del Mundial...
Este es el partido soñado, sin espacio y sin tiempo, sin el mínimo respeto por las reglas de la lógica...
Que no otra cosa es un sueño.

Aún resuena el eco del vozarrón infernal cuando se escucha el silbato para iniciar el juego. El árbitro, vestido absolutamente de negro, no se deja ver el rostro.
"Pasa desapercibido", dicen algunos previsibles.

Y ahí va la pelota...abriendo los ojos, despertando; desesperada por demasiada espina y poca seda. Acostumbrada a mucha punta y poca suela.
Aunque esta vez no le va a ir tan mal.

El primer balón del partido va hasta el Charro Moreno, que rápidamente busca un pase atrás. Pero antes se detiene y piensa.
Por la derecha pica Houseman, por la izquierda el Chueco García y para tocar en corto lo esperan por el medio el Beto Menéndez y Capote De la Mata.
Moreno amaga una vez y pisa la pelota. Un rústico volante central vestido de amarillo se le viene encima para terminar con la farsa...pero el Charro -enhiesta la cerviz, mirada descuidada- presiente la arremetida.

El reloj avanza lento y hace un año que Moreno tiene la pelota en sus pies.
El cinco pasa de largo y el taco de Moreno impulsa la pelota hacia un chico que en cordobés se la estaba pidiendo impaciente.
El balón llega hasta Pablo Aimar, ese muchacho que corre como volando, como si no se apoyara en la tierra. Aimar se sube a su alfombra mágica y avanza a vuelo acelerado; busca la descarga, el pase útil.
El que está solo en el borde del área grande es nada menos que Herminio Masantonio, un goleador temible que a toda pelota que lo merodea...él la transforma en oro.

"Aimar para Masantonio, Masantonio tira fuerte sobre la valla y Goolllllllllllllll", dice Fioravanti casi sin gritar.

Argentina gana uno a cero y el rival de casaca amarilla aún no sabe de que material es esa cosa redonda que corre entre pies de terciopelo.

Otra vez el vozarrón: "Todo muy lindo, ¡pero hay que marcar a alguien!".

El partido se juega por primera vez con los pies rivales, y el grito se escucha más fuerte. El temor se acerca al arco argentino, pero un notable quite de Perfumo acaba con todo intento. El Mariscal toca corto para el Checho Batista, que de primera la entrega hacia la izquierda. Marzolini recibe y cambia de campo, siempre con la cabeza en alto.
Es un galán de telenovela que se dedica a marcar punta.
Marzolini toca para Marangoni...y relata Muñoz:

"Marangoni juega el esférico para Zanabria que, ni lerdo ni perezoso, levanta el pase para Bernabé Ferreyra... Bernabé apunta y hay peligro de gol...tira y gol gol gol gol gol...".

El madero tiembla todavía. El zapatazo de Bernabé pega de lleno en ese poste como si fuese un hacha y se mete en el arco como si fuese la bala de un cañón.
Triste destino el de los arqueros que deben exponerse a ser asesinados por los disparos de Bernabé.

Nos hemos detenido en el tiempo y en el aire mirando moverse el arco... pero el partido sigue.
La pelota vuela al área argentina y saltan muchos, todos, para cabecear. Alguien lo logra y el tiro busca la ratonera sin ratones...pero hasta los rincones más inhóspitos, llega Fillol.

Si uno de los palos de un arco fuese instalado en Ushuaia y un largo travesaño recorriese el país hasta unirse con otro palo enterrado en La Quiaca...el único arquero que podría volar de palo a palo sería Fillol.

Argentina sale jugando. Simón la pide y adormece la salida con Albretch, pero el tucumano tira un pelotazo largo y el grito de Pipo no se demora: "¿A dónde va esa pelota, por Dios?".
Y sin embargo, la pelota va hacia Rinaldo Martino que la baja de los aires sin esfuerzo alguno.

Martino levanta polvo con su arranque y elabora en su mente de pizarrón una jugada que sale perfecta veinte segundos después.
Telch amaga recibir pero la deja correr para el Negro Palma, que en un instante se desprende del trofeo buscando a Félix Loustau recostado sobre la raya izquierda. Loustau la pisa ante su marca y gambetea dos veces; el morocho que lo enfrenta puede salir perfectamente de testigo del hecho.
Todas las voces le piden el pase. Cada uno de los que exigen el balón se cree solo de la más absoluta soledad.
Las voces insisten, Loustau sigue gambeteando. A Bianchi, Ramón Díaz, Varallo y Artime se les hincha la vena del cuello. "¿A quién se la paso?", piensa Chaplin.

La jugada que dibujó Mamucho en su mente culmina en los pies del Bambino Veira que recibe de espaldas al mundo de los gritos y de frente al arco. Sin mirar al arquero, ni a nadie, cachetea la pelota hacia un rincón. "Andá a dormir allá". Y allí va el manso cuero.

Los ataques albicelestes se suceden y la maravilla empieza a mostrar su luz. Los rivales espectan.

Ahora la lleva el Beto Alonso, con el revés de su zurda encantada lo busca a Caniggia que inicia su tranco como una brisa y concluye su carrera como un tornado. El Pájaro vuela y nadie lo detiene...no han traído los rifles cargados.
Y entonces se precipita el toqueteo bien criollo: Cani para Grillo, Grillo para Cherro y Cherro para el geométrico Bochini, que como si su cerebro estuviese habituado sólo a vicectrices y ángulos obtusos, coloca su taco de billar sobre el verde y hace pasar esa bola blanca por un lugar inapropiado para la lógica.
La pelota cae en los pies de Funes... y aquello que empezó con el tornado de Caniggia, termina con la potencia de varias yuntas de búfalos juntos.
Funes estampa la pelota contra el costado interno de la red y se detiene como si esos búfalos fuesen una pintura. Mira al arquero vencido y vuelve en paz al centro del campo.

Passarella impone su mando en el fondo y el partido ya no está para la voz de Pipo, porque todo es perfección.

La pide el Tata Martino, la espera Labruna encorvándose, Di Stéfano se mueve en puntas de pie, Tarantini va al ataque.
Amadeo se aburre en el arco, Adolfo Pedernera propone un desmarque y la pelota va para Riquelme, que de espaldas a su marcador, tira un caño pisando la pelota. Riquelme se transforma en el más famoso de los toreros y los que lo miran ven también una capa roja en sus manos y el amague típico de los que esquivan la cornada con sabiduría.
La pelota dormita bajo la suela colmada de tapones y de miel, se hamaca y es despedida, sin ruido, por entre las piernas del marcador que, absorto como cualquier toro humillado, mira indignado lo que le han hecho.

Es una reunión cumbre de la estética...porque también la piden Trobbiani, Borghi, Ermindo...

Casi se están apagando las luces del sueño. Gatti saca desde el arco, Milito se la tira larga a Natalio Perinetti...y detrás de la media cancha la recibe el Negro Enrique. Gira y toca para Maradona.
Y arranca el genio del fútbol mundial.
Y dice Víctor Hugo: "Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?".
Gracias Dios... por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas.

Fue baile y zapateo.
"Una gran exhibición", titularon los reyes de la tinta y el papel.
"Este es el fútbol que le gusta a la gente", escribió o dijo algún periodista remanido.

El partido terminó sin conclusiones. No hizo falta que nadie agregase nada más.

Es posible que muchas veces hayamos visto algún fragmento de este partido en algún estadio menos pretencioso y ante un marco más humilde.

Quizás, Mumo Orsi y Andrés D'Alessandro hayan jugado juntos alguna vez.
Es probable que René Pontoni haya armado una pared con Carlos Tevez en una tarde perdida del tiempo.

El fútbol es la esencia de la fe poética.
Entonces, todo puede suceder.
Entonces...todo pudo haber sucedido.


Marcelo Mármol De Moura


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