lunes, 30 de mayo de 2016

Lanús campeón, el "Bailando" empezó un día antes (NOTA en La Unión de Catamarca)


Fue un baile de principio a fin, una superioridad que nadie puede discutir.
Lanús lo tuvo todo. Velocidad, precisión, certezas. Y un par de paraguayos de lujo, Gustavo Gómez en el fondo y Miguel Almirón del medio hacia arriba, haciendo un surco por los costados, con el velocímetro al máximo y tomando buenas decisiones.
Siempre juega bien Román Martínez, nunca te deja a pie Iván Marcone, los laterales van y vienen y el arquero es sobrio.
El renacimiento de Sand también merece ser reconocido. Ya era un goleador agotado, un futbolista en el ocaso, anduvo por la B Nacional, y cuando parecía que daba las hurras volvió a la vida. Una vida llena de goles y gritos.
Jorge Almirón, el técnico, también tuvo su revancha. Su transcurrir por Independiente le había dejado más heridas que caricias y en Lanús también pudo reinventarse. Potenció al plantel que habían armado los mellizos Barros Schelotto y lo llevó a una cima indiscutible. Y en la final, le dio una paliza táctica a su colega Pablo Guede.

No hay mucho para explicar de una final que termina 4-0. Son obviedades: uno jugó muy bien y el otro muy mal. 
Pero yo agregaría que uno jugó como si supiera que iba a ser el campeón y el otro no lo tenía muy claro. 
Desde el minuto y medio de juego cuando Torrico salvó su valla ante Sand, todos sabíamos que si se hacía justicia el mejor del campeonato impresentable desde lo organizativo (30 equipos divididos en dos zonas, único en el mundo) también iba a ser el mejor de la final.
A los 17 llegó el gol de cabeza de Junior Benítez y hasta los 30 fue un stand up granate. De todas formas, hubo que esperar casi una hora para que llegara el segundo (lo hizo Miguel Almirón definiendo esquinado ante Torrico). Y después, el festival. Sand hizo el tercero en posición adelantada y sobre el final Lautaro Acosta selló la gloria de Lanús y el papelón de San Lorenzo.

El azulgrana mostró muy poco. Algo de Cerutti, alguna rebeldía de Belluschi. Flojísimo atrás, no encontró la manera de ubicar en el partido al desaparecido Blandi. Perdido Mercier en el medio, el Ciclón extrañó a horrores a Ortigoza. Fue un espectro deambulando por el césped.

En un deporte que a veces (y por suerte) no tiene lógica ni explicaciones coherentes, hoy la justicia no fue esa tortuga que nunca llega. Fue un rayo que puso las cosas en su lugar.
Ganó el mejor, el ampliamente mejor. Y por goleada, con su público delirando en las amplias tribunas del Monumental. 
Jugaron el partido de sus vidas tratando de cumplir un sueño. Y lo hicieron bailando.

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