miércoles, 9 de marzo de 2011

MOACYR BARBOSA, EL GRAN CULPABLE

Fue siempre un arquero eficaz, elegante, ágil, un cuerpo elástico que se dirigía con rápida precisión a la pelota. Pero cometió el peor de los fallos: no logró atrapar la pelota decisiva”, escribió el periodista Eric Nepomuceno.
En el estadio Maracaná había 200.000 personas para celebrar el título mundial de su equipo el 16 de julio de 1950.
Con el empate alcanzaba para tocar la gloria, pero para espantar algún milagro adverso Friaca marcó un gol para Brasil a los 2 minutos del segundo tiempo. Carnaval.
Casi 20 minutos después llegó el empate de Schiaffino.
Igualmente, los 200.000 eran campeones.
Pero los once de celeste que estaban dentro de la cancha avanzaron hacia el arco local y la pelota le quedó a Alcides Ghiggia que tiró cruzado y marcó el 2-1 para los uruguayos.
Barbosa debió sacar esa pelota y no pudo. Ni siquiera fue un error grosero el suyo. Debió interponerse y no lo logró.
Ese tiro de Ghiggia entró en el arco de Brasil y en la cien de Moacyr Barbosa que en ese mismo instante murió en vida.

O peor aún, transitó un calvario interminable de 50 años hasta su muerte verdadera ocurrida el 7 de abril de 2000.

Fue para siempre el gran culpable. La gente no tuvo piedad con él.
Si no hubiera aprendido a contenerme cada vez que la gente me reprochaba lo del gol, habría terminado en la cárcel o en el cementerio hace mucho tiempo”, relató.
Una tarde en un mercado, me llamó la atención una señora que me señalaba mientras le decía en voz alta a su pequeño niño: Mirá hijo, ese es el hombre que hizo llorar a todo Brasil”.

Poco antes de morir declaró que “en Brasil, la pena mayor que establece la ley por un matar a alguien es de treinta años de cárcel. Hace casi cincuenta años que yo pago por un crimen que no cometí y yo sigo encarcelado, la gente todavía dice que soy el culpable”.

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