Rápidamente digamos que gran parte de esta novela pudo evitarse. Cuando Diego Simeone era técnico millonario este sainete había encontrado su primer final. Y ese debió ser el único.
Más aún cuando se lo vio al Burrito jugar en la B Nacional para Independiente Rivadavia de Mendoza y no marcar diferencias.
Era más clara que el agua la verdad que no quisieron aceptar: la vida de futbolista de primer nivel del crack estaba decididamente acabada.
Ortega ya no era Ortega.
Pero el peso del nombre propio pudo más que la lógica ... y volvió a River.
Y siguieron las recaídas con su adicción y siguieron los faltazos a las prácticas. Y todo siguió igual.
Astrada lo separó y mostrando una debilidad absurda lo volvió a poner en Primera cuando en la feria las cosas le iban mal.
Quiso incentivarlo prometiendo un contrato largo, mientras la sombra de Ariel se paseaba por el cesped del Monumental.
Pero tanto va el cántaro a la fuente, que Passarella se hartó y le soltó la mano. Y Jota Jota López, como leal soldado Passarelliano, ajustició.Un final fuera de contexto. Triste y solitario.
La ley sostiene que el que hace las cosas mal, debe hacerse cargo. Y así funciona la vida.
Entonces el señor Ariel Ortega se merecía este final.
Pero el Burrito Ortega, no.
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