martes, 11 de enero de 2011

LOS IDOLOS NO MUEREN DE PIE

La extensísima historia de amores y recaídas entre River y Ariel Ortega parece haber terminado.
Rápidamente digamos que gran parte de esta novela pudo evitarse. Cuando Diego Simeone era técnico millonario este sainete había encontrado su primer final. Y ese debió ser el único.
Más aún cuando se lo vio al Burrito jugar en la B Nacional para Independiente Rivadavia de Mendoza y no marcar diferencias.
Era más clara que el agua la verdad que no quisieron aceptar: la vida de futbolista de primer nivel del crack estaba decididamente acabada.
Ortega ya no era Ortega.

Pero el peso del nombre propio pudo más que la lógica ... y volvió a River.
Y siguieron las recaídas con su adicción y siguieron los faltazos a las prácticas. Y todo siguió igual.
Astrada lo separó y mostrando una debilidad absurda lo volvió a poner en Primera cuando en la feria las cosas le iban mal.

Y llegó Passarella como presidente.
Quiso incentivarlo prometiendo un contrato largo, mientras la sombra de Ariel se paseaba por el cesped del Monumental.
Pero tanto va el cántaro a la fuente, que Passarella se hartó y le soltó la mano. Y Jota Jota López, como leal soldado Passarelliano, ajustició.

Un final fuera de contexto. Triste y solitario.

La ley sostiene que el que hace las cosas mal, debe hacerse cargo. Y así funciona la vida.
Entonces el señor Ariel Ortega se merecía este final.

Pero el Burrito Ortega, no.

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